Hay días en que tengo ganas de despertarme y no preguntar por el tajo asomado por la manga, por el moretón en la pierna y en el tobillo, por el chupón en el cuello y en la tristeza. Hay noches que quiero vivirlas y no enterarme del vómito del grito del reggaetón pegoteado del besito rápido de las sábanas manchadas azules y tirantes del pelo con tierra de mi ropa transformada en trapo de la gente, sobre todo de la gente y su insólita necesidad de cariño. No quiero, a veces, que me describan las caderas en el suelo, mi chillar catatónico, mi nueva forma de modular, mi deseo, mi angustia, mi huida, mi escape, mi entrega,pero después me digo: de esto se trata, de torcerle la mano a la noche, de llorar con rabia, escupiendo, manchando el pavimento, despertando a los vecinos que se saben seguros detrás de sus rejas rejas rejas, de repartirle a la ciudad un poco de sangre en chorros, se trata de delinearle a la calle su horizontalidad con un poquito de hollín, de eso se trata, de morirse de todas las cosas, de traficarse, de morder el pasto, de llenarse de agua, de cantar mal porque la boca ya no cumple esas funciones, la boca asume tareas difusas, se trata de ser oral y de ser anal, de mentirse un poquito, de acompañarse a la mala, al desborde, al mal común, al mal de amores, al mal servicio, al mal camino, al cariño malo, en cuatro contando baldosas, se trata de eso, de robarse un poquito de todas las casas, de jugar a la compañía, a la desgracia, al anarkismo, de romper muebles, vasos y cuerpos, de servir de contenedor, de parrilla, de caja musical, de creer que si, que si, que si, que después de todo el alcohol repartido molecularmente, de la transfusión de olores, de la asimilación del daño, del cariñito okupa, vamos a superar el pánico escénico de mostrar el pechito explosivo, abiertamente, sin miedo ni penas atómicas, de siglos anteriores.