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jueves, 21 de marzo de 2013


Entonces nos hacemos los desentendidos y nos desenredamos, intentando hacerlo de la manera más grácil posible, de cada uno. Es el tiempo que tenemos metido dentro de la ropa lo que nos pone en estas situaciones, la manera extraña como se introduce una historia no tan larga pero encrispada, rellena de conclusiones inexactas, completa de cada situación peligrosa que atente contra esta posición vertical, ridícula y rígida que asumimos, lo que nos tiene así, mongolitos de deseos y chirridos, chorreados de tan penoso intento por suplantar caricias. Es bueno llegar a una casa donde te espera una sábana, electrificada de espera, para introducirse un rato no tan largo, y luego, caminar tocando los bordes metálicos de cualquier objeto, afinando superficies, electrodomésticos, y con ellos soltar chispas que agoten este charco de nombres y lugares que me mantienen hinchado y roído. Ya no te quiero escribir mas, quisiera decir que se agotó, que tu nombre o la palabrita que uso para llamarte ha sido impresa tantas veces que la tinta se niega a reproducirlo, dos silabas repetidas hasta el hastío, en serie, tan mecánicamente que ya no sabemos como entender este lenguaje de sordos, con ruiditos y pocas señas que no dejan entrever la cantidad de presión que recibe quien los emite y la proyección de esta congoja transformada en sonido de quien escucha. Porque nuestra historia no comienza como comienzan todas, sino que esta parte desde la carne misma. Desde el refugio mismo. Una caverna iluminada con luces rojas arañadas en todo momento por ramitas venosas que se ensanchan con cada pulso de sangre que las rellena y que de pronto, como si ya no fuera necesario esa dilatación, enflaquecen volviéndose ínfimas como todo lo que decimos. Dentro de esta agua el ruido no logra expandirse y como recurso nos movemos de formas elásticas y extrañas para que el oleaje y su comprensión con los simbolismos decodifiquen estos mensajes lunares. Soy el heredero de tus manchas, de la forma de tus ojos y de las orejas, del color de la piel, de la forma que adquieren mis dientes ahora, al apretarse unos con otros producto de la fuerza de mi mordida, de la sencillez de mis talones y de mis falanges, el recorrido, la forma de desplazarme, mis gestos, mi egolatría, mis ganas de atragantarme, la manera pausada y estridente de mi habla, todo determinado por una crianza a medias, por medio besito de buenas noches, por un cuento leído a medias, por media educación, medio cariñito, medio siglo de premuras y de trivialidades que te parten la cara. Y son precisamente esos surcos, esas partiduras que te van rasgando la frente y la zona entre el labio y la nariz, en lo que me concentro mientras lloras y te cubres con el pelo húmedo, porque sé que es precisamente en ese espacio, entre el labio y la nariz, levemente a la izquierda, donde saldrá la primera de tus marcas, para que todos reconozcan este legado de decadencia sanguíneo al besarme. Oí cosas que no entendía y con sincero abatimiento confesaste que todo aquello se presentaría ante mi fruto de la experiencia, llevo tanto tiempo que me desgasté de sensaciones. (Otra de las sobras del salibario, de los pedacitos de histxria que se quedan por ahí olvidados, traspapelados, y que en el futuro se presentan como una fuerza que innegablemente me lleva a la transgresión(

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