Dejamos milimétricamente puestos alrededor de la cama tres vasos rotos mirando hacia arriba para que funcionaran como una barrera que impidiera que nuestros pies tocaran el piso y permitirnos el escape. los pusimos nosotros y nosotros también los quebramos, empujándolos unos contra otros. me parecía que la muralla tenía una historia escrita mas larga y mas completa que la nuestra, y aún así los vidrios en el suelo se negaban a reflejarla y a reflejarnos a nosotros que estábamos sangrando sobre las colchas. nos dijimos las cosas que se dicen cuando se sangra, cosas bonitas, para que el dolor sólo consiga insinuarse entre las aberturas de la carne, resaltamos detalles de la composición de nuestras respectivas caras en un orden descendente, primero la forma del pelo y su suciedad, la manera extraña como la sangre vertida en las colchas terminaba haciendo de nuestro pelo una horda de marañas quebradas y viscosas, nos gustaba nuestro pelo con sangre, creíamos que el volumen que tomaba era suficiente para que el vidrio quisiera reflejar la sangre pero aún así no lo conseguíamos, luego nuestros ojos nuestra nariz nuestra boca y entre medio de las articulaciones dificultadas por el chorreo de la sangre nos lanzábamos un par de mordidas en las heridas para que el escurrir se tornara torrentoso y así el vidrio quisiera reflejar el cause de la sangre. la cama presentaba una ausencia de sábanas y una ausencia de almohadas y una ausencia de cuerpos desarmados y una ausencia de sangre derramada, por eso nosotros intentábamos expandir las heridas hasta un punto inimaginable, deseábamos que nuestra herida fuera la piel, que la piel fuera una herida y que su organización molecular se transformara en una fuente de sangre para que los vidrios se dignaran a darnos el reflejo que necesitábamos para constituir nuestra existencia y darle un sentido a la cama a la sangre y a la cerca de vasos rotos en torno nuestro. aún así no nos reflejamos, y permanecimos mirándonos perpendicular mientras afuera la luz que se movia producida por los automóviles y su velocidad delictual chocaba contra los vidrios que funcionaban como una cerca, como un muro, como una instancia de encuentro, y entonces nos la devolvía y nos llegaba a la cara y la luz incendiaba una rabia en nuestros ojos que nos fue imposible contener antes de que la sangre que no fue reflejada terminara de escurrir y se transformara en una costra que cubría por completo nuestra corporalidad, las colchas y la cama. fuimos condenados por la sangre a permanecer inmutables sobre las colchas en un estado de soledad desinteresada que no quiso ser reflejada por los vasos rotos que nos separaban del suelo, pudimos habernos fulminado con la rebeldía y bajar y pisar los vasos rotos y dejar que la sangre escurriera sobre el piso pero no pudimos porque estábamos heridos desde un inicio y no teníamos como detener la agujereada carne de nuestros brazos. Por eso no quisimos abrazarnos ni sentarnos mas cerca para que nuestros flujos se mezclaran y juntos tomaran mas posibilidades de reflexión, porque teníamos miedo de que nuestros brazos se nos salieran y entonces quedáramos para siempre imposibilitados de recorrernos los bordes, como si quisiéramos recortarnos con caricias y dulzuras que no fueron nunca reflejadas, nunca.
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